domingo, 10 de diciembre de 2023

Sobre el vacío, a partir de la tablilla 11 del Tao Te King

"Treinta rayos convergen hacia el centro de una rueda,
 pero es el radio del centro el que hace útil a la rueda.
Con arcilla se moldea un recipiente, pero es precisamente
el espacio que no contiene arcilla el que usamos como recipiente.
Abrimos puertas y ventanas en una casa, pero es por sus
espacios vacíos que podemos utilizarla.
Así, de la existencia provienen las cosas y de la no existencia
su utilidad." (*)

En la tablilla 11 del Tao Te King, el clásico taoísta de Lao Tsé, se nos invita a comprender la esencia del vacío y su papel en la creación y la utilidad. El Tao, que puede entenderse como el camino o la fuerza que fluye a través de todo, se manifiesta en el vacío. Este concepto, paradójico a primera vista, nos lleva a una profunda contemplación sobre la naturaleza de lo que consideramos "vacío" en nuestras vidas.

El Tao, como un río que serpentea por el cosmos, encuentra su danza más exquisita en el vacío. Es la quietud que precede al canto de las estrellas, el silencio que acoge el murmullo de la existencia. En este vacío, las formas nacen y desaparecen, como las olas que besan la orilla y luego retornan al océano de lo eterno.

En sus escritos filosóficos, Bruce Lee sugería que "En Occidente concebimos el vacío como un hueco, un no existir. En la filosofía oriental, es un tipo de proceso en movimiento constante".

Podemos imaginar el vacío como un lienzo sin restricciones, un espacio donde la creatividad del universo puede desplegarse sin límites. En este aparente vacío, hallamos el potencial puro antes de que las formas tomen lugar. Es el silencio antes de la música, la paleta de colores antes de la pintura.

Esta tablilla nos invita a contemplar el significado del vacío en nuestras vidas, a reconocer su potencial creador y liberador. En lugar de temerlo, permitir que su silencio nos hable, que su espacio nos guíe hacia una comprensión más profunda del fluir del Tao en todo lo que existe.

En nuestra cultura, con frecuencia asociamos el vacío con carencia, temiendo el espacio sin llenar. Sin embargo, Lao Tsé nos insta a reconsiderar esta perspectiva. Al abrazar el vacío, abrazamos la capacidad para otorgar un nuevo sentido, la disponibilidad para acoger y dejar pasar la gracia. Es un recordatorio poético de que en la aparente ausencia, yace la potencia de todo lo que puede ser.

Juan Manuel Otero Barrigón 

(*) La traducción utilizada es la de Javier Cruz (Del Nuevo Extremo, 2008).

jueves, 16 de noviembre de 2023

Alan Watts, 50 años de su muerte

                  

Un día como hoy, en 1973, fallecía en California nuestro querido amigo espiritual Alan Watts.
Celebramos su vida y su obra.
Sus intuiciones nos siguen animando a muchos. 


Silueta en sol,
Watts, en cada esencia,
risa del Zen.
                                                                                         
                                                                         J.M.O.B


jueves, 24 de noviembre de 2022

"Soy panteísta", de Guadalupe Henestrosa


Nota del autor del Blog: el pasado sábado 12 de Noviembre dimos cierre a nuestro "Laboratorio de Estudios y Exploraciones: Hacia el corazón del Tao", un espacio mensual teórico/vivencial de lectura-sensación-indagación, en el que viajamos siguiendo las pistas trazadas por el Tao Te King de Lao Tsé, y otros textos taoístas. Los encuentros que celebramos a lo largo del año despertaron distintas resonancias, entre ellas este hermoso poema escrito por una de las participantes, Guadalupe Henestrosa*, que lo trajo como regalo para el grupo. Le agradezco que me haya permitido compartirlo en el blog. 

....

"Soy panteísta.

Me arrodillo ante el altar de la naturaleza,

me siento una con la vida.

Es fácil adorar las flores, el canto de los pájaros,

el rosado caracol de la oreja de un bebé,

el capricho de los colores en el cielo,

la fuerza silenciosa de las montañas,

el perfume del pasto cortado,

susurrar con el agua de un arroyo,

hamacarse en las ramas más altas de los álamos,

bailar con la delicadeza de las medusas.

Entonces el corazón acompasa su latir

y algo parecido a la alegría se instala en el pecho.

Pero toda religión exige ciertos sacrificios.

En este caso, aprender a admirar

la horrenda sorpresiva belleza de los peces abisales,

el fulgor del ojo de la sierpe,

el sigilo del tiburón.

Aceptar la perplejidad que produce un ornitorrinco

algunos repugnantes olores afrodisíacos,

la muerte que trae la vida en su panza, como una madre amorosa.

Respetar el afán del escarabajo pelotero,

que traslada su bola de mierda como quien mueve el mundo.

Todo esto finalmente trae su recompensa,

y lo que parece raro, o feo, o desagradable,

se convierte en un fragmento de maravilla,

en una pieza más del brillo del universo.

Pero en estos días se me hace difícil mi religión.

¿Cómo aceptar que este odio sulforoso

que supura de algunos  es también parte de la naturaleza?

¿Podré con semejante sacrificio?".

* Escritora y bióloga argentina, Guadalupe Henestrosa es conocida por su labor como divulgadora científica gracias a sus numerosos artículos publicados en diversas revistas. En lo literario, Guadalupe ha participado en varias antologías de relato y resultó ganadora del Premio Clarín de Novela en el año 2002 con su obra Las ingratas. (Reseña de lecturalia.com)

jueves, 3 de noviembre de 2022

Ponencia: "Alan Watts y el Budismo como crítica de la cultura" (J.M. Otero Barrigón). Jornadas Budistas 2022

 

Alan Watts y el budismo como crítica de la cultura*

Juan Manuel Otero Barrigón
Lic. Psicología – Universidad del Salvador
Prof. Cátedra “Psicología de la Religión” – Fac. Psicología & Psicopedagogía (USAL)
Coordinador Red de Estudios Religare – Psicología, Espiritualidad y Religión


    Alan Wilson Watts (1915-1973) fue uno de los orientalistas más populares en la segunda mitad del siglo XX. Su obra, impulsada al calor de la contracultura estadounidense de los años 60´, abarcó tópicos tan diversos como la religión, la mitología, el pensamiento ecológico y la estética. Se destacaron sus aportes en torno a las filosofías de Oriente, especialmente el budismo y el taoísmo. Su interés por el pensamiento oriental se había originado en su infancia, ya que su madre daba clases a los hijos de misioneros que viajaban al extranjero, que al regresar de China, le obsequiaban bordados y pinturas de paisajes que inspiraban la imaginación del joven Watts. Como miembro de la “Logia Budista de Londres”, fundada por teósofos y dirigida entonces por el abogado Christmas Humphreys, publicaría en 1936 “El espíritu del zen”, su primer libro. Tenía apenas 21 años. En esa misma época asistió al “Congreso Mundial de Creencias”, conociendo allí al erudito zen D.T.Suzuki, con quien entablaría una amistad que iba a marcar ciertas directrices en su pensamiento. Aunque a lo largo de su vida nunca llegó a asumirse formalmente como practicante budista, sus obras, que abarcan más de una decena de libros, programas de radio y televisión, notas periodísticas, y conferencias en distintas universidades del país y de Europa, lo convirtieron en un divulgador agudo y creativo de esta corriente filosófico espiritual. Desde mediados de los años 50´ se radicó en California junto con Eleanor, su primera esposa. Era el momento en el que los poetas de la Generación Beat infundían de sabiduría budista sus escritos. Jack Kerouac, Gary Snyder, Allen Ginsberg y tantos otros, descubrían en Oriente la medicina necesaria para una sociedad agobiada por el materialismo y la mecanización de la existencia. Watts no iba sino a amplificar muchas de esas búsquedas, convirtiéndose en una fuente de inspiración para los jóvenes baby boomers. Para muchos, la figura de Watts encarnaba la del gurú tramposo, imbuido de sabiduría pícara. Él prefería verse a sí mismo como un “animador espiritual”. Su vida, alternada entre la bohemia del bote Vallejo en Sausalito, San Francisco, y el retiro compartido en la comunidad de Druid Heights, condado de Marin, contribuirían a pulir el perfil de un personaje tan magnético como polifacético. Murió joven, con tan solo 58 años. Fue cremado por monjes budistas y parte de sus cenizas enterradas en un monasterio Soto Zen.

    La obra de Watts se desarrolla en el contexto de una época signada por la emergencia de nuevos paradigmas y teorías psicológicas, las cuales enriquecieron sustancialmente la mirada sobre el ser humano. La psicología humanística, la psicoterapia Gestalt, la escuela de psicología analítica junguiana, y la psicología transpersonal, sustentaron sus contribuciones en una antropología que rescató la dimensión espiritual y religiosa de las personas, la cual había sido reprimida tanto por el positivismo cientificista como por escuelas de psicología profunda que negaban la vida espiritual al concebirla como sinónimo de inmadurez. Todas estas nuevas corrientes psicológicas se interesaron por las filosofías de Oriente, al punto tal de que dichas filosofías influyeron notablemente en sus modelos y postulados.

    Los primeros grandes títulos publicados por Alan Watts vieron la luz a principios de los años 50´, cuando comenzó a tomar forma, lentamente, lo que en los sesenta eclosionaría como Movimiento para el Potencial Humano.

    Es difícil comprender las ideas del filósofo inglés escindidas de todo este marco. De allí sus permanentes esfuerzos por integrar las cosmovisiones de Oriente y Occidente, encontrando no tanto en la religión, sino en la psicología occidental, un puente de diálogo con las tradiciones y sabidurías orientales.

    En 1965, durante una visita a Japón, Watts pronunció una serie de conferencias conocidas como los “Seminarios japoneses”. Estas son consideradas, por algunos orientalistas, como parte de las mejores introducciones disponibles al budismo escritas en lengua inglesa. Allí presentó sintéticamente los principios fundamentales de la tradición, embellecidos con historias y anécdotas que permiten acceder a una visión profunda de lo que para él constituía el budismo: un camino de liberación.

    Para Alan Watts, el budismo expresa los fundamentos esenciales del hinduismo pasibles de ser exportados a otras culturas. En otras palabras, Watts consideraba que el budismo era hinduismo de exportación. Como gran reformador, el Buda buscaba “llegar a la esencia original para adaptarla a las necesidades de una determinada época” (1).

    En dicho sentido, los siglos xx y xxi son en Occidente los tiempos de la masificación de las psicoterapias como alternativas posibles para lidiar con el sufrimiento de la vida. Esto constituía para Watts un poderoso punto de encuentro donde nuestros saberes pueden nutrirse de las enseñanzas budistas originales.

    La afirmación budista respecto a que la vida entraña sufrimiento constituye para nuestro autor un modo alternativo de decir que debemos plantarle cara a aquello que nos duele. Un principio similar al del análisis o la psicoterapia, cuya premisa básica sugiere que no es dable sanar sino es abandonando la ignorancia que nos impide reconocer y atravesar nuestras heridas.

    Esto sugiere que el budismo supone un método para la transformación de la consciencia y de nuestra sensación de identidad. A los ojos de Watts, Buda fue el primer gran psicólogo de la historia.

    En “Psicoterapia del Este, Psicoterapia del Oeste”, publicada en 1961 y una de sus mejores obras, Watts estableció una diferencia fundamental entre lo que él denominaba <cultura total> y lo que implica, por el contrario, una <crítica de la cultura>. Identifica como ejemplos de <culturas totales> al Hinduismo, al Judaísmo y al Islam. Todas ellas entrañan un corpus cohesionado de creencias, prácticas, costumbres y conocimientos científicos y técnicos difíciles de trasplantar a otros escenarios o geografías, sin que pierdan en el camino parte vital de su sabor original. Por el contrario, tradiciones como el Budismo, el Taoísmo, y ciertos aspectos del Hinduismo (como el Vedanta o el Yoga), no son culturas, sino críticas de la cultura, en cuyo interior se desenvuelven. Esto emparenta al Budismo con la psicoterapia, toda vez que apunta a cuestionar los condicionamientos que limitan nuestra percepción de la realidad, constituyendo un corsé que nos aprisiona.

    Que para Watts el budismo suponga una crítica de la cultura no significa, sin embargo, que implique simplemente un punto de vista cultural diferente, sino uno que, al decir del orientalista Kaisa Puhakka, “desconstruye todos y cada uno de esos puntos de vista”(2).

    Todo lo cual supone la necesaria y aguda lectura del marco sociocultural en cuyo seno nuestra vida se desenvuelve, y que el budismo, como crítica de la cultura, posibilita.

    Como vemos, la semejanza del budismo con las psicoterapias contemporáneas lejos está de reducirlo al mero nivel de una psicología práctica con raíces milenarias. En una carta enviada en Agosto de 1950 a su amigo Stanley Jones, teólogo y misionero metodista en la India, Alan Watts fue enfático al rechazar la opinión, común entre muchos occidentales, según la cual el budismo constituiría una religión de “autoayuda” (3). Por el contrario, Watts adopta una comprensión más amplia del budismo, que agranda los horizontes de las psicoterapias occidentales al exponer las premisas culturales sobre las que están basadas.

    Según Watts, las psicoterapias en Occidente han adolecido de una “leal oposición” a su propia cultura. Lo cual resulta para él lógico, toda vez que ellas mismas son emergentes de esa misma infraestructura cultural.

    En el primer capítulo de "Psicoterapia del Este y del Oeste", Watts nos dice: "(...) Toda vez que el terapeuta apoya a la sociedad, interpretará su trabajo como una adecuación del individuo, presionando sus impulsos inconscientes en pro de la respetabilidad social. Pero este tipo de <psicoterapia oficial> carece de integridad, convirtiéndose en obediente herramienta de ejércitos, burocracias, iglesias, corporaciones y otras instituciones (…). Por otro lado, el terapeuta que se interesa realmente por socorrer al individuo se ve obligado a formular algún tipo de crítica social. Esto no implica un compromiso directo con la revolución política; significa sólo que ha de auxiliar al individuo para que éste se libere de diversas formas de condicionamiento social lo cual incluye una liberación del mismo odio contra los condicionamientos: el odio no es más que un tipo de subordinación al objeto de su odio. Pero, desde este punto de vista, los síntomas y perturbaciones de que quiere aliviarse el paciente, y los factores inconscientes que alientan tras ellos, dejan de ser meramente psicológicos. Están arraigados en la estructura total de sus relaciones con las demás personas y, más específicamente, en las instituciones sociales que gobiernan dichas relaciones: las normas de comunicación empleadas por la cultura o el grupo. Estas incluyen convenciones linguisticas y jurídicas, éticas y estéticas, relativas al status, el rol y la identidad, así como la cosmología, filosofía y religión, puesto que este complejo social en su conjunto es quien brinda al individuo la concepción que éste tiene de sí mismo, su nivel de consciencia, su mismísima percepción de la existencia”(4).

    Según Alan Watts, todas las presuposiciones culturales son inicialmente sospechosas para el budismo, y en especial aquellas propias de la cultura en la que la práctica budista está inserta, siendo que son las que modelan el sentido que el practicante tiene de sí mismo y de la realidad.

    Del mismo modo, y siendo que la psicología y la psicoterapia en Occidente son emergentes de esa misma infraestructura sociocultural, la crítica cultural que el budismo propone es también una crítica de las mismas psicología y psicoterapia.

    Frente a cierta opinión difundida que considera budismo y psicoterapia como alternativas reemplazables para sanar los padecimientos del “alma”, o bien aquella otra que otorga al budismo el papel de herramienta auxiliar dentro del arsenal de técnicas psicoterapéuticas disponibles, Watts sugirió una relación asimétrica entre las dos, en cuyo caso el budismo sería el principio más abarcador, por extenderse más allá de la psicoterapia.

    Salvo excepciones notables como el psicoanálisis posfreudiano, la analítica junguiana, o ciertas corrientes transpersonales y existencialistas, la psicoterapia occidental ha tendido a afirmar los valores y premisas básicos de su propia cultura, sin proponer un cuestionamiento a sus postulados de fondo. De esta manera, y tal como sugiere Kaisa Puhakka en su lectura de Watts, “su capacidad para aliviar el sufrimiento de los consultantes está obviamente limitada en la medida en que suscribe las mismas premisas culturales que estos”.

    El singular papel que Watts le otorga al budismo en este contexto, es el de posibilitar una crítica a las premisas limitantes con los que la psicología y la psicoterapia occidentales se conducen, y cuyo fin no es la cancelación de estas, sino por el contrario, la posibilidad de llevarlas a un nivel de mayor profundidad.

    En la medida, por ejemplo, en que cesan los intentos de adaptar las técnicas meditativas budistas a la terapéutica occidental, con la consiguiente desfiguración de las primeras, se torna posible descubrir todo lo que el budismo tiene para ofrecernos.

    Para Alan Watts, una de las intuiciones fundamentales de las tradiciones de Oriente radica en señalar el carácter alucinatorio de nuestras autopercepciones. Si bien en varios de sus escritos resalta la idea de que el <yo> con el que habitualmente nos identificamos es una ilusión, esta no se refiere tanto al nivel físico. Por el contrario, enfatiza que dicha ilusión reside sobre todo en nuestras identificaciones sociales. Esta ilusión conforma una de nuestras principales premisas culturales. En sus propias palabras: “Muy pocas autoridades modernas en Budismo o Vedanta parecen comprender, sin embargo, que las instituciones sociales constituyen el maya, o ilusión, de la que ofrecen liberación”.(5) Y también añade: “(…) La sensación prevaleciente de uno mismo como un ego separado encerrado en una bolsa de piel es una alucinación que no concuerda ni con la ciencia occidental ni con la filosofía experimental , las religiones de Oriente, en particular, la filosofía Vedanta central y germinal del hinduismo . Esta alucinación subyace al mal uso de la tecnología para la subyugación violenta del entorno natural del hombre y, en consecuencia, su eventual destrucción. Por lo tanto, tenemos una necesidad urgente de un sentido de nuestra propia existencia que esté de acuerdo con los hechos físicos y que supere nuestro sentimiento de alienación del universo.” (6)

    He aquí para el filósofo inglés una de las premisas más perniciosas que rigen la mentalidad occidental. Premisa que define al individuo a la luz de una estrecha conciencia de <foco>, que ignora o pierde de vista el <campo> más vasto del que forma parte. O como él mismo señala: “El individuo humano no está construido como se construye un automóvil. No surge ensamblando partes (…) El único átomo verdadero es el universo, el sistema total de «cosas-eventos» independientes, que solo pueden ser separados los unos de los otros en el plano verbal. Cuando esto no salta a la vista, es que usted ha sido engañado por las palabras. Confundiendo los nombres con la naturaleza usted termina creyendo que, por tener un nombre separado, es un ser separado”. (7)

    Reconocemos en este planteo de Watts un aroma similar al bello concepto de “interser” propuesto por el monje vietnamita Thich Naht Hanh. Idea que refiere a esa capacidad de “actualizar o comprender, en este presente momento, nuestra relación con todos los seres”(8).

    Concepto que abreva en la noción budista de Pratītyasamutpāda u originación dependiente, por medio del cual se explica la red de relaciones de causa y efecto, que resulta en el renacer propio del samsara.

    Es sumamente interesante encontrarse este mismo planteo en palabras de científicos contemporáneos como el paleontólogo Scott Sampson, quien considera el de “interser” uno de los conceptos científicos que más valor podrían tener para la humanidad. En una argumentación que bien podría haber sido escrita por el mismo Alan Watts, nos dice: “Discutiblemente la noción más estimada y profundamente inculcada en la mentalidad occidental es la separación de nuestros seres encapsulados por la piel, la creencia de que podemos ser vistos como máquina aisladas y estáticas. Habiendo externalizado el mundo más allá de nuestros cuerpos, nos consumen pensamientos sobre cómo beneficiarnos más de las cosas y protegernos del mundo. Sin embargo, esta noción profundamente enraizada de aislamiento es una ilusión, como queda evidenciado por el constante intercambio de materia y energía con el mundo "externo". ¿En qué punto tu último aliento, trago de agua, bocado de alimento dejan de ser parte del mundo externo y se vuelven tú? ¿Precisamente cuándo tus exhalaciones y excrementos dejan de ser tú? Nuestra piel es tanto membrana permeable como barrera, tanto que, como un remolino, es difícil discernir donde acaba "tú" y dónde empieza el resto del mundo. Energizada por la luz del sol, la vida convierte la roca inanimada en nutrientes, que luego pasan a través de las plantas, herbívoros y carnívoros antes de ser descompuestos y regresar a la tierra inanimada, empezando el ciclo otra vez. Nuestros metabolismos internos están estrechamente entretejidos con el metabolismo de la Tierra; un resultado es que alrededor de cada 7 años todo los átomos de nuestro cuerpo son reemplazados” (9).

    Relacionada con la anterior, otra premisa básica de la cultura occidental, premisa de la que beben también la profesión médica, psicoterapéutica y algunas ciencias sociales, es para Watts aquella que considera al universo natural, y al mismo ser humano, como máquinas complejas. Se trata de la filosofía de la naturaleza del siglo xix convertida en el sentido común del siglo xx, con raíces en la visión newtoniana del universo, que no se ha puesto al día en muchas de estas disciplinas, con la teoría cuántica.

    En palabras del propio Watts: “La suposición de esta filosofía de la naturaleza era que la psicobiología de la naturaleza humana era un mecanismo estúpido, una casualidad que surgió en un universo mecánico (…) De hecho, el naturalismo científico estaba en contra de la naturaleza, creyendo que ésta era necia y ciega y, en consecuencia, tenía que ser dominada por nuestra inteligencia, la cual, paradójicamente, era el producto de esa estupidez” (10).

    Según esta visión de la cosas, seríamos el producto de cientos de millones de iteraciones aleatorias que produjeron como resultado el estar aquí y ahora, siendo parte de esta inmensa maquinaria denominada existencia. La comprensión del todo estaría así dada por el desmenuzamiento de las partes. Sin embargo, a esta premisa se le opone la otra concepción, característica del pensamiento chino, que nos habla de la vida en términos de organismo. A diferencia de la máquina, cuyas partes están ensambladas y requieren de la separación y el análisis para su comprensión, un organismo es profundamente inteligente y expresa un funcionamiento holístico complejamente intricado.

    Nuevamente nos dice Watts: “El hombre está tan unido a la naturaleza como un árbol, y aunque camina libre con dos piernas y no está enraizado en el suelo, no es de ningún modo una entidad autosuficiente, que se mueva o dirija de forma autónoma. Para vivir depende completamente de los mismos factores que el árbol, el gusano y la mosca, de los poderes universales de la naturaleza, la vida, Dios, o lo que sea. Alguna fuente misteriosa de vida fluye a través de él incesantemente; no solo entra al nacer y sale con la muerte-él es el canal de una corriente que se mueve constantemente, una corriente que lleva la sangre por sus venas, que mueve sus pulmones y le trae aire para respirar, que le cultiva su comida de la tierra y le trae la luz del sol a su rostro. Si observamos una sola célula de su cuerpo encontramos el universo ya que el sol, la luna y las estrellas lo mantienen espontáneamente; Lo encontramos de nuevo si nos sumergimos en lo más profundo de su mente, ya que existen todos los impulsos arcaicos de la vida primitiva, tanto humana como animal, y si pudiéramos profundizar más, podríamos encontrar parentesco con las plantas y las rocas. [...] El aislamiento del alma humana de la naturaleza es, en general, un fenómeno de la civilización. Este aislamiento es más aparente que real, porque cuanto más se mantiene bajo control a la naturaleza por medio del ladrillo, el hormigón y las máquinas, más se reafirma en la mente humana, generalmente como un visitante indeseado, violento y problemático”.(11)

    Encontramos ecos de estos planteos en la obra contemporánea de biólogos como Rupert Sheldrake, teólogos alternativos como Matthew Fox, y físicos como Fritjof Capra.

    Los dos primeros, especialmente a partir de sus reflexiones en torno a lo que se conoce como paradigma participativo, como alternativa a la idea mecanicista vigente desde hace siglos. Mientras que de acuerdo con Capra, al asumir el budismo como principio fundacional el de causalidad, sosteniendo que todas las cosas tienen sus causas y que no hay efectos sin causas ni causas sin efectos, se abraza el concepto de correlación de elementos de la realidad y su integración en un todo. Por esta vía es que el físico austríaco sienta a dialogar a la ciencia contemporánea con la tradición budista, intentando clarificar con una impronta mística y filosófica, varias de las intuiciones recientes más singulares de la ciencia occidental.

    Para finalizar, me gustaría señalar brevemente una tercera premisa, vinculada a las dos anteriores, y que Alan Watts ha desarrollado en varias de sus conferencias y obras. Este principio parte del concepto occidental de Dios concebido como un monarca universal del mundo, ontológicamente separado del resto de la existencia, a la cual gobierna desde arriba. Este Dios-jefe que Watts describe como representativo de las tradiciones monoteístas, corresponde, claro está, a una imagen política del universo.

    A esta concepción contrapone Watts aquella otra, de origen indio, que concibe al mundo como una representación, una obra de teatro, “como lo que siempre es, siempre ha sido y siempre será, el Sí mismo”. (12)

    Tal como señala, una vez más, el mismo autor: “El atman también es llamado brahman, un término que procede de la raíz bri, que significa crecer, expandirse o hincharse (y que está relacionado con la palabra inglesa breath, que significa respirar). De este modo, Brahman, el Sí mismo de la cosmovisión hindú, juega al escondite consigo mismo desde el comienzo de los tiempos. ¿Y hasta qué punto podemos perdernos? Según la visión hinduista, cada uno de nosotros es la divinidad que se pierde por el mero goce de volver a encontrarse. Porque, por más terrible que esto pueda parecer en ocasiones, despertar de ese sueño siempre resulta extraordinario. Ésa es la idea fundamental de la visión hinduista del mundo (…)”. (13)

    En este sentido, Watts entendía que una de las diferencias esenciales entre hinduismo y budismo reside en que este último no nos dice quiénes somos, no parte de ninguna idea ni concepto preconcebidos. La originalidad del mensaje budista (al que en varias oportunidades hermana con el taoísmo) radica para él en el hecho de que su objetivo no son tanto las doctrinas o las ideas per sé, sino por el contrario, proporcionar un método para la transformación de la conciencia y de nuestra sensación de identidad.

    En nuestros sentimientos de desarmonía e inadaptación, Watts sigue la estela del Buda al proponerlos como frutos de la ignorancia. Así, el sufrir nace de nuestra obstinada determinación por aferrarnos a la ilusión de separación, siendo ello fuente tanto de la angustia existencial con la que muchos vivimos, como del pavor ante la muerte que denota una de los estigmas fundamentales de Occidente.

    No dejemos de mencionar que es a partir de la posibilidad de desnudamiento de la infraestructura social y cultural que sustenta la vida en Occidente, que para Watts la compasión puede emerger, partiendo del reconocimiento mismo de la esencial unidad de todos los seres.

    La interpretación no dualista que Watts ensaya como clave hermenéutica de las tradiciones orientales no está exenta de críticas. Sin embargo, muchos han considerado los esfuerzos de Watts meritorios respecto a su intento de conectar el budismo contemporáneo con la sensibilidad occidental moderna. Su propuesta de un “budismo sin creencias”, o su definición del budismo como “religión de la no religión”, deriva de su presentación de esta tradición en términos despojados de cualquier sobrenaturalismo. Todo lo cual, desde ya, ha admitido distintos cuestionamientos. No obstante, al mismo tiempo, su vocación integradora, expresada por ejemplo en su interés por la cibernética como en sus referencias a la teoría general de sistemas al momento de exponer sus claves interpretativas, no sólo han sido calificadas de oportunas, sino también premonitorias (14). Aspectos los cuales mantienen vigente a Watts como un interlocutor cultural creativo, y provocativo, para distintas disciplinas.

    Watts se apoyó en el budismo para cuestionar el artificio cultural de los opuestos, renovando la experiencia unitiva de interconexión. Al potenciar el sentido de nuestra responsabilidad, el budismo debilitó la visión jerárquica asociada a estructuras relacionales, sociales y políticas, permitiendo desafiar de esta manera la pretendida coherencia del status quo. Finalmente, para Watts, al abrazar una concepción del mundo en términos de interdependencia mutua, el budismo se erige como bálsamo terapéutico para superar tanto la ansiedad colectiva que nos atraviesa, como la pérdida de experiencia comunitaria que son males de nuestro tiempo.

* Ponencia presentada en las VI Jornadas Budistas celebradas en la Facultad de Filosofía, Letras & Estudios Orientales de la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina). Noviembre 2022  

Fotografía de portada: Alan Watts junto a Laurence, su padre, en los años 50´.

Bibliografía:

(1) Watts, Alan.(1996) Budismo. Editor digital Titivillus, p.12.

(2) Puhakka, Kaisa (2012). “Buddhist Wisdom in the West: A Fifty-Year Perspective on the Contributions of Alan Watts”, incluido en “Alan Watts—Here and Now. Contributions to psychology, philosophy, and religion”. Editado por Peter J. Columbus & Donadrian L. Rice, State University of New York Press, NY.

(3) Watts, Joan & Watts, Anne. (2017). The Collected Letters of Alan Watts. New World Library, California, p. 271.

(4) Watts, Alan. (1973). Psicoterapia del Este y Psicoterapia del Oeste. Ed. Kairós, Barcelona, p.22.

(5) Watts, Alan. (1973). Psicoterapia del Este y Psicoterapia del Oeste. Editor digital Titivillus, p.39

(6) Watts, Alan. El libro sobre el tabú de saber quién eres. Editor digital Titivillus, p.6.

(7) Watts, Alan. El libro sobre el tabú de saber quién eres. Editor digital Titivillus, p.43

(8) Corredor Jimenez,C & Gallego A, José &otros. Formas dignas de co-existencia. Editorial Universidad del Rosario, Bogotá, 2020.

(9) Sampson, Scott. (2011). Interbeing. Edge. Recuperado en: https://www.edge.org/response-detail/10866

(10) Watts, Alan. (1993). El gurú tramposo. Editorial Kairós, Barcelona, p.89

(11) Watts, Alan. (2018). The Meaning of Happiness: The Quest for Freedom of the Spirit in Modern Psychology and the Wisdom of the East”. New Word Library, California.

(12) Watts, Alan.(1996) Budismo. Editor digital Titivillus, p.9.

(13) Watts, Alan.(1996) Budismo. Editor digital Titivillus, p.9.

(14) Smith, David. L.(2010). The authenticity of Alan Watts, incluido en “American Buddhism as a way of life”. Editado por Gary Storhoff and John Whalen-Bridge, Suny Press, NY.

jueves, 24 de junio de 2021

Individuación, ¿autorrealización o transformación?

 

El anhelo de felicidad es un anhelo humano que socialmente, y tantas veces enmascarado, se nos presenta como el principal bien deseable. A tal punto que si somos felices, se nos asegura, nuestras vidas funcionarán bien. No obstante, como terapeutas o analistas sabemos que nuestro propósito no es simplemente aliviar el sufrimiento, resolver problemas o ayudar a que la vida de nuestros pacientes funcione para poder seguir adelante, como personas ahora "normales", o mejor aún, "felices". Lo que intentamos hacer, con las limitaciones obvias de cada caso, es algo más complejo que eso, y el mito de la individuación de Jung nos brinda un propósito y una dirección, que en primera instancia, tenemos que hacer consciente en nuestra propia vida. Todas nuestras situaciones son únicas, y también lo es cada encuentro que tenemos con nuestros consultantes. Para ello, paradójicamente, a menudo conviene recordar la necesidad de poner entre paréntesis nuestra formación y teorías, y seguir el consejo de Jung, que en “Recuerdos, sueños y pensamientos”, destacaba con elegancia la importancia de escuchar la historia del otro hasta poder comprender lo que significa estar en su lugar. Este es un punto fundamental en la mirada analítica, dado que sólo a partir de allí, somos capaces de tender un puente a la verdadera profundidad de los demás, siendo que hemos trabajado cuidadosa y reflexivamente en la comprensión de nuestra propia historia, y continuamos haciéndolo.

Al asistir en la consulta a diversidad de personas con distintos padecimientos, aprendemos a consolidar algunas ideas cada vez que nos embarcamos en una nueva aventura terapéutica. Para empezar, que la individuación no es un programa de superación personal. Es mucho más que reafirmarse, perder peso, tener pensamientos positivos o resolver problemas y seguir adelante con la vida. Y que tampoco la individuación es una aspiración a la autorrealización. A Joseph Campbell le gustaba poner el dedo en la galla en este sentido, afirmando que la autorrealización es para las personas que no tienen nada mejor que hacer: personas que no han descubierto aún su propio mito personal o su propósito más profundo en la vida. La jerarquía de necesidades de Abraham Maslow en cuanto a seguridad, prestigio, relaciones interpersonales y autodesarrollo, no son los valores principales por los que vive una persona inspirada por su Self, o el hilo conductor de su individuación. En pocas palabras, y como ha señalado Bud Harris, la individuación no tiene tanto que ver con autorrealización como con Transformación. Significa estar dispuesto a abrazar una vida de metamorfosis completa, análoga a la de una oruga que se convierte en mariposa una y otra vez. Significa tamizar las características que definen nuestra identidad para convertirnos en algo que se ha visto reforzado por nuestro Yo más profundo (con mayúsculas), la chispa divina que hay en nosotros. El dolor en este proceso es el dolor de romper con nuestras propias limitaciones. La alegría es nuestra mayor capacidad para vivir y sentirnos en casa dentro de nosotros mismos, y gracias a ello, por el camino, saborear los atisbos de nuestra totalidad.


Juan Manuel Otero Barrigón


sábado, 20 de febrero de 2021

Creatividad y alquimia interior. Parte II (por María Asunción Beltrán)

"En la simbólica alquimista, dice Jung, se expresa la problemática del proceso del devenir de la personalidad, llamado principio de individuación. En cuanto a los complejísimos procedimientos químicos de la alquimia, diremos solamente que la primera fase del adepto consiste en la purificación o destilación de los elementos que integran la materia prima. Los opuestos se separan y luego se unen en una conjunción a veces seguida por la muerte, y luego en una resurrección espiritual, en el producto de su unión.

El proceso creador se cumple en etapas: la de preparación, que implica entrar en una actitud receptiva a partir de determinados trabajos de desbloqueo; la de incubación, en la que se forman las imágenes oníricas, de la fantasía, ensueño o inspiración artística; la iluminación, en la que se manifiesta la forma; y la de verificación, que es cuando se capta el contenido que emerge del inconsciente y se suma al bagaje de experiencias de la conciencia.

De la misma manera que en las fases de la alquimia –constituidas por la nigredo, correspondiente al caos cosmológico; la obra blanca o albedo, que es la coagulación; y la citrinitas o rubedo, que es la que culmina la obra alquímica, desarrolla y fortalece la conciencia de iniciación– las etapas del proceso creador hacen posible que las viejas formas mueran para que las nuevas renazcan, favoreciendo la transformación interior. Dice Jung al respecto: “El ser humano se totaliza, se integra, se calma, se hace fértil y feliz, cuando, y solo entonces, se completa el principio de individuación, cuando la conciencia y el inconsciente aprenden a vivir en paz y a completarse recíprocamente”. (Carl Gustav Jung, El hombre y sus símbolos. España, Caralt, 1984)

Como en las fases de la alquimia, en el estado creativo se cumple un proceso que tiene origen en el caos o muerte de las antiguas formas y, tras pasar por un proceso de confluencia, llega a la iluminación y a la posterior transformación. Estos resultados son los que recomponen y recrean el alma humana, llevando al sujeto a un conocimiento cada vez más profundo y pleno de su ser. Por otro lado, el proceso de transformación de la humanidad exige primero la transformación del alma individual. Y es desde el proceso creador y solo desde la propia apertura a la actitud de cambio interior, como se puede inferir un reflejo de cambio social. De allí que concibamos el proceso creador como un modo de acercarnos y, en definitiva, de contribuir al proceso de transmutación –alquimia–, que exige el alma colectiva".

María Asunción Beltrán 
Psicóloga. Analista junguiana especializada en sueños y creatividad.

domingo, 3 de enero de 2021

Todo comienza al fin

Que este año nuevo que nos recibe sea oportunidad fresca para renovar búsquedas, compartir nuestros dones y tesoros, y propiciar nuevos espacios de encuentro.
Abrazo fuerte,

jueves, 3 de diciembre de 2020

Creatividad y alquimia interior (por María Asunción Beltrán)


Creatividad viene del griego poiesis –dar vida a algo nuevo–, y supone espontaneidad, imprevisibilidad, novedad y libertad. No surge del nivel consiente sino que irrumpe de la zona oscura del inconsciente, que la conciencia capta y armoniza. Contra lo que se pensó durante mucho tiempo, la creatividad no pertenece a unos pocos sino que es de dominio humano. El instinto creador, tal y como lo conceptualiza Jung, es un poder interior que forma parte de cada ser y le permite actualizar su potencial, y a la humanidad evolucionar. 

Si bien algunos conservan desde que nacen este poder a flor de piel, la creatividad es una cualidad desarrollable. Para ello es necesario favorecer variables como la fluidez, la flexibilidad, la originalidad, cada una de las cuales se ejercita, lo que principalmente implica liberar bloqueos culturales, corporales y mentales ligados a pautas rígidas, a trabas y a prejuicios. En este proceso, se debe apelar a recursos que propicien la apertura del imaginario. 

La creatividad como proceso alquímico nos permite, a través de una práctica concreta y con la ejercitación adecuada, soltar las tensiones de la mente egoica y dejar que fluyan las imágenes inconscientes, las ideas y fantasías del imaginario, que pueden ser captadas por formas plásticas, literarias, teatrales o corporales, y traídas al marco consciente. Tanto en el proceso creador como en la alquimia, la transformación se da en fases continuas y superadoras que llevan al sujeto a una mirada cada vez más amplia de su mundo interno y por lo tanto a una ampliación de su consciencia. Estas fases parten del caos para llegar a la iluminación y a la transformación. 

Para promover el auto-descubrimiento y el desarrollo personal a partir del imaginario, la individuación es un aspecto clave, en tanto movimiento hacia la totalidad psíquica integrada y armónica de los opuestos: consciente-inconsciente, persona-sombra, pensamiento-sentimiento, sensación-intuición, instinto-espíritu, personal-colectivo, masculino-femenino, yo-ser. A medida que acercamos el inconsciente a la consciencia con una metodología adecuada, apelando a la imagen como disparador y a los recursos expresivos –corporales, lúdicos, plásticos teatrales, literarios– como canalizadores, la visión de nosotros mismos es cada vez más completa a medida que el ego da paso al Sí Mismo.

Psicóloga - Analista junguiana especializada en sueños y creatividad

domingo, 1 de noviembre de 2020

Itinerarios de Transición

A medida que navegamos conscientemente por estos nuevos tiempos, lo hacemos sabiendo que nuestra misión de cuidar el alma en y del mundo tiene hoy, como pocas veces en la historia, dimensiones críticas. Se nos torna evidente la necesidad de un nuevo paradigma para nuestro mundo emergente que entreteja la tecnología humanizada junto con el sentido de comunidad capaz de constituirse como fuerza colectiva. Superar el aislamiento para relacionarnos mediante el intercambio de historias, experiencias y sabidurías es, en esta época, más imperioso que nunca. Remite a aquello que Martin Luther King denominó “la feroz urgencia del ahora”. Seguramente no podamos tener todas las respuestas que quisiéramos sobre lo que vendrá, pero precisamente quizás, por eso mismo, la gran oportunidad consista en animarnos a superar el desánimo y reimaginar el futuro juntos

Juan Manuel Otero Barrigón 

📷 Fotografía: Belén Lopez Denazis. Postal de la génesis de la muestra pictórica "Papiros en la arena", de Diego Oscar Ramos - Arte Visual (Quequén, Buenos Aires, 2019)

sábado, 10 de octubre de 2020

Resonancias imbricadas

          

Como señaló el psicólogo Rollo May, a veces nuestras vidas solo avanzan después de tomar una decisión importante, incluso si no estamos seguros hacia donde nos llevará. Si es una buena decisión, movilizará las fuerzas y los recursos que necesitamos para sostenernos. Algo profundo en la Psique sabe dónde debe aterrizar para que nuestras vidas puedan experimentar una transmutación: una palabra alquímica para referirse a aquel proceso de profunda reorganización personal. El trabajo autónomo sincero sostenido por el estudio y el acompañamiento de mentores mejora la forma en que respondemos a la situación colectiva y a lo que Jung llamó "el espíritu de la época". Hacer esto requiere la voluntad de trabajar en nosotros mismos, incluyendo cómo lo que experimentamos como personal resuena con lo que sucede en el mundo, y viceversa.


🎨 Pintura: "Devociones espontáneas", Diego Oscar Ramos - Arte Visual, 2019.

martes, 25 de agosto de 2020

Alejandro "Aon" Nepote: verdad, educación y consciencia

La tierra es un mosaico de dioses y creencias, de clérigos y profetas, de libros y textos sacros que hablan de impiedad, fe y pecado, son sólo los pretextos que los hombres invocan para luchar como fieras.” - Omar Khayyam-

Por lo tanto, lo que hay que dejar de hacer es luchar como fieras y, dejar de encabritarse con aquello que cada persona cree y en lo que pone su sentimiento. La crítica maliciosa para desprestigiar a quienes piensan diferente, todavía sigue siendo un síntoma de mentalidades vetustas.
Es un error considerar que el problema está en las creencias, puesto que el mayor inconveniente sigue siendo lo que se hace con ellas.
Mientras la persona se centralice en el objeto de su fe sin perjudicar a nadie, sin transgredir el espacio del prójimo, respetando a sus congéneres, y si lo que hace, lo hace con devoción y responsabilidad amorosa, está en todo su derecho de hacer lo que quiera, y no tengo duda que Dios estará con esa persona y en eso que hace de esa manera.

Es algo aberrante juzgar y condenar a una persona por pensar y sentir distinto. Eso pertenece a una etapa sombría de la humanidad que aun reverbera reminiscencias en los tiempos presentes. Por eso, las personas que sienten que están en el camino, requieren suma atención para detectar y depurar esta reacción vegetativa que aflora del subconsciente de la mentalidad más primitiva.

Toda persona, sin excepción, tiene su propia verdad relativa dentro de los márgenes de la ignorancia, siendo uno de los márgenes el que está marcado por el apego inconsciente a los espejismos de la ilusoriedad, mientras que, el otro margen, está determinado por la conciencia de la relatividad intrínseca e inexorable que facilita el desapego. Entre medio de estos dos extremos de verdades relativas, se expresa una gama de matices que van desde la fe ciega puesta en realidades hipotéticas, hasta la certeza y convicción sobre realidades empíricas, siempre dentro del contexto de lo relativo.

Todos los seres humanos estamos sujetos al extenso parámetro de la ignorancia. El genio de Sócrates no se equivocó en su percepción de no saber nada.
No obstante, dentro de este parámetro de verdades relativas, es necesario desarrollar una educación desde lo estatal y a nivel mundial con vista a sembrar las semillas de la nueva humanidad en cada seno familiar, que haga hincapié en la solidaridad, la cooperación y el servicio al prójimo.
Hay materias de estudio que en la educación regular todavía no tienen cátedra. Me refiero a cursos basados en la sabiduría ancestral que los pueblos originarios transmitieron por generaciones desde la propia infancia.
Para ir gestando la nueva humanidad habría que pensar en una educación que incluya, por ejemplo, ética humanista y relación ecológica con el entorno, cocina y alimentación saludable, desarrollo bioenergético y expansión de la conciencia, entre muchas otras materias fundamentales para la vida. Habría que mejorar la enseñanza primaria y preparar a los niños para una visión de economía participativa y ganancias compartidas, consumo inteligente para el desarrollo sustentable, amor a la naturaleza y a los animales, y espiritualidad universal basada en el sincretismo. Indispensable para cambiar la mentalidad que rige en la actualidad, la cual está llevando a la humanidad hacia las fauces del abismo.

La educación no es un mero asunto de adiestrar la mente. La instrucción contribuye a la eficiencia, pero no produce integración. Una mente educada de esta manera es la continuación del pasado, y no está en condiciones de descubrir lo nuevo. Es por eso que para averiguar en qué consiste la verdadera educación, tenemos que examinar la total significación de la vida.” -Krishnamurti-

Sí, así es, todas las personas tenemos nuestra propia verdad relativa. Y hay que considerar que, las palabras “verdad” y “relativa”, conforman una combinación armónica preciosa entre dos conceptos que aportan grandes beneficios a la claridad mental y a la conciencia, sobre todo a la persona misma, ya que, el hecho de asumirlas, la vuelve más humilde.
Reconocer y aceptar que todo pensamiento es: “relativo”, impulsa a buscar otro pensamiento distinto para dar con una idea diferente, tal vez mejor. Por esta razón es tan beneficiosa la asimilación de que todo pensamiento es relativo.
Por otro lado, reconocer y aceptar que todo pensamiento es: “verdad”, implica un grado enorme de responsabilidad, en cuanto a tres aspectos a tener en cuenta: no olvidar que se trata de una verdad relativa; no confundirse y creer que se trata de una verdad absoluta; y, no enorgullecerse o ufanarse por las articulaciones precisas que se han concebido para expresar tales verdades.
Este tercer aspecto es fundamental, porque, ningún pensamiento elevado proviene del ego. La mentalidad de toda personalidad no es dueña de ninguna idea brillante, ya que los pensamientos profundos no los genera la propia mente. Estos son regalos de Tao, y a él hay que agradecer la inspiración.

No digas, «he encontrado la verdad», sino, antes bien, «he encontrado una verdad».” -Khalil Gibran-

querido maestro y caminante taoísta, instructor de Tai Chi, Chi Kung, y Neidan, entre otras disciplinas y artes de Oriente. Desde 1979 coordina un proyecto destinado al cultivo del Ser, que nació con el "Programa Integral del Centro del Tao", y se extiende hasta la fecha, con la "Delineación del Tercer Estado". El presente escrito es un fragmento de su curso "Vivir la Existencia".


sábado, 1 de agosto de 2020

Naturaleza, hombre y mujer


Pintura


Naturaleza, hombre y mujer


"Algun día, cuando hayamos dominado los vientos y las mareas, y las olas y la gravedad, amarraremos en Dios las energías del amor; y luego, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego". Pierre Teilhard de Chardin
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Por Juan Manuel Otero Barrigón


El siguiente trabajo iba a ser presentado originalmente en la Jornada "Sobre el amor", el pasado mes de Junio, en la Facultad de Psicología y Psicopedagogía de la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina). La Jornada fue postergada a causa de la actual Pandemia por Covid 19.

El título de este trabajo toma prestado el nombre de un bello libro que escribiera el filósofo británico Alan Watts. Junto a él, y a ciertas premisas del sabio de Zurich (en referencia, si es que alguna duda cabe, al gran psiquiatra suizo C.G.Jung), vamos a intentar decir algo sobre el amor, si es que algo nuevo puede decirse acerca de uno de los temas que más páginas ha ocupado en la larga historia de la literatura, y por supuesto también, en la del ser humano.

Watts y Jung pensaron el amor con la sencillez y la profundidad propia de los antiguos sabios taoístas, por lo que también ellos, viejos compañeros del Camino, van a hilar junto con nosotros estas breves reflexiones.

La psicología profunda nos recuerda que la visión del mundo en Occidente hasta las vísperas de la Revolución científica del siglo XVI fue la de un mundo encantado. Un mundo donde las rocas, los ríos, los árboles y los vientos eran contemplados como algo maravilloso y lleno de vida. Un mundo donde los seres humanos estaban plenamente integrados a ese ambiente. El cosmos era un lugar de pertenencia, de correspondencia. Y un miembro de ese cosmos participaba directamente de su drama, no era un mero espectador alienado del mismo. Su destino personal, estaba conectado íntimamente con el destino de todo lo que lo rodeaba, y es en esa profunda interrelación, donde el ser humano encontraba sentido a su vida.

A partir de esta consciencia participativa original, se fue dando un progresivo desencantamiento del mundo, en un proceso en el que comenzó a primar una distinción rígida entre lo propio y lo ajeno,  el observador y lo observado: todo pasó a ser un objeto separado, distinto, aparte de mí.

La consciencia participativa original cedió lugar al ethos de la administración y la técnica, que modeló la civilización occidental a fuerza de explotar brutal e ilimitadamente los recursos naturales; la naturaleza fue así convertida en algo totalmente separado de nosotros, apenas una fuente de recursos de los que aprovecharse al máximo posible.

Según Watts, hay una correlación simbólica entre la actitud del ser humano hacia la naturaleza a partir del siglo XVI y su actitud hacia el sexo opuesto. La relación entre hombres y mujeres se hace problemática siempre que impera un sentimiento de separación entre naturaleza y ser humano. Y es que cuando el mundo natural es considerado una realidad inferior sobre la cual es posible ejercer poder, el amor, y especialmente su expresión sexual, aparecen como malos y degradantes. Territorios donde el cuidado, la sensualidad y la sensibilidad ceden su lugar a la dominancia, el control y a nuestro miedo a sentir.

Recordemos que en su modelo de la Psique, Jung consideraba la existencia de un estrato más profundo que el inconsciente personal, al que se refirió como inconsciente objetivo o colectivo. Los componentes de ese estrato, denominados por él arquetipos, son imágenes primordiales, los ladrillos básicos con los que está compuesto el psiquismo, y que nos predisponen a experimentar el mundo de determinadas formas universalmente humanas.

Jung postuló la existencia de varias de estas unidades básicas de la Psique, entre las cuales destacó el Ánima y el Ánimus.

Por lo general, los seres humanos rechazamos aquellas cualidades que consideramos incompatibles con nuestra identidad como hombres y mujeres. Estas cualidades, tradicionalmente expresadas como la emoción en los hombres y el poder en las mujeres, nos hablarían, según el sabio de Zurich, de la necesidad de relacionarnos con nuestro mundo interior de una manera mucho más completa, sana y armónica, integrando psíquicamente a nuestra “otra mitad”. Esto significa, que para relacionarme de manera más fresca y genuina con mi sexo opuesto, debería, primero, poder reconocer a “ese” opuesto dentro de mí mismo. En ese sentido, podemos ver, Jung reconoció la importancia para cada sexo de desarrollar cierta androginia psicológica.

El Ánima es entonces el arquetipo correspondiente al aspecto femenino interno del hombre, mientras que el Animus se identifica con el aspecto masculino interno de la mujer.

Jung nos sugirió que identificada inicialmente con la madre personal, el Ánima se vivencia posteriormente no sólo en otras mujeres con las que el hombre se relaciona, sino como una influencia penetrante en su vida subjetiva, de profundísimas raíces en el inconsciente profundo.

En “Arquetipos e Inconsciente colectivo”, refirió textualmente que: “(El Ánima) es siempre el elemento a priori en los estados de ánimo, reacciones, impulsos, y en cualquier otra cosa espontánea en la vida de un hombre”.

Complementaria a la personalidad externa atada a los imperativos sociales, se sitúa en una relación compensatoria con ella, de manera tal que todas aquellas cualidades ausentes en la actitud exterior, serán encontradas, más o menos contenidas, en el interior.

Jung planteó aquí algo de acuciante importancia y actualidad, sobre todo para pensar estos tiempos, en los cuales muchos hombres nos sentimos convocados a replantearnos los mandatos históricamente establecidos en torno a la masculinidad tradicional, a la forma en la que esta se transmite y se constituye, y en definitiva,  al significado profundo del “Ser Hombre”.

De la misma manera, Jung sugirió que la mujer es compensada interiormente por un elemento masculino, y por lo tanto, su inconsciente lleva el sello de la masculinidad. Así como el Ánima corresponde al Eros materno, el Animus se identifica con el Logos paterno. No hay aquí superioridad de un principio sobre el otro, sino el reconocimiento de una diferencia básica a incorporar.

La existencia de estos principios contrasexuales significa que en cualquier relación entre un hombre y una mujer encontramos, al menos, cuatro personalidades involucradas: el ego de la mujer, el ego del hombre, el Animus, y el Ánima.

Mientras la tarea del hombre consiste en asimilar su Ánima, para lo cual tiene que descubrir sus verdaderos sentimientos, la mujer se reconoce con su Animus cuestionando constantemente sus ideas y opiniones.

Convengamos en aclarar que nada de esto resulta posible si suprimimos las diferencias psicológicas fundamentales que estructuran la vida subjetiva tanto de hombres como de mujeres.

Reconocer las diferencias no quiere decir, sin embargo, establecer separaciones tajantes, ya que resulta claro de que manera, para Jung, hombres y mujeres están íntimamente imbricados en las capas más profundas de su psicología, lo que nos remite a aquel célebre símbolo oriental del taijitu, propio de la cosmovisión de los chinos taoístas.

Recordemos que para la psicología analítica, “toda expresión psicológica es un símbolo si asumimos que establece o significa algo más que ella misma, lo cual escapa a nuestro conocimiento actual”. Es decir que, en tanto mejor expresión posible de algo que en esencia nos resulta desconocido, los símbolos catalizan y proporcionan la energía psíquica que nos permite tanto emprender tareas significativas como abrazar la vida con mayor plenitud.

En estos términos, todo símbolo podría ser considerado una ofrenda amorosa nacida de las entrañas mismas de la Psique, en su camino hacia la integración.

El taijitu es un símbolo que representa los conceptos de la filosofía china del yin y el yang, y del taiji, como principio generador de todas las cosas.

Los opuestos complementarios se parecen a dos peces nadando en el agua. Se refleja en ellos un equilibrio total. Allí donde el Yang es menor, el Yin es mayor; donde el Yin disminuye, el Yang crece. En el centro de ambos polos hay un círculo pequeño: una semilla Yin en el interior del ámbito Yang, y el origen de Yang en el extremo Yin.

Yin y Yang suponen, por esta vía, una circularidad infinita, reflejando la totalidad vivencial que representa el Tao. 

La antigua sabiduría del taoísmo chino enseña un tipo de percepción no fragmentada, donde la naturaleza es captada como un todo orgánico que nos incluye, diluyendo los límites entre lo natural y lo espiritual. Desde antaño, los taoístas destacaron la interdependencia de estos opuestos,  cuyo equilibrio en la vida interior es condición sine qua non para alcanzar la armonía en relación a todo lo que nos rodea.

Armonía, del griego Harmonía, cuyo significado etimológico nos remite a la “juntura” o “clavija” que supone juntar una cosa con otra en un orden placentero. Dando cuenta esto, que allí donde hay armonía, también encontramos lazos de amor.

Sólo cuando hombres y mujeres son capaces de reconocer sus contrapuestos internos y hacerlos partícipes conscientes del fluir de su experiencia vital, pueden emerger la calidez curativa y la amabilidad auténtica que son elevadas expresiones del sentimiento amoroso genuino.

Para ello, y así como el saber popular nos sugiere, “la caridad empieza por casa”, por lo que resulta esencialísima la exploración interior que permita iluminar aspectos sumergidos a nuestra orientación consciente, y así cultivar las cualidades reprimidas que hombres y mujeres necesitamos para desarrollar vínculos intra e intersubjetivos más íntegros.

Esto supone, claro está, animarse a poner en entredicho aquellas premisas filosóficas y mandatos culturales que a lo largo de los siglos nos fueron separando de ese yo que trasciende las fronteras de lo meramente psicológico y se enraiza en los terrenos de la ontología.

En el caso de los hombres, es la posibilidad de admitir que muchos de nuestros condicionamientos, que solemos atribuir a los imperativos laborales y sociales o al mero paso del tiempo y de la costumbre, responden más bien a nuestra sensación de pérdida de identidad como varones.

Asumir nuestra propia conexión creativa con los ritmos y los ciclos de la naturaleza, para descubrir que “el más fuerte” no es el que más poder o recursos materiales concentra, sino quien es capaz de cultivar el corazón y la mirada para abrirse a aquello que de verdad nos nutre de energía y vitalidad.
Todo lo cual requiere asumir la interrelación que existe entre los seres, y dejar de sentirnos amenazados por los misterios de la vida, para pasar a abrazarlos, y con ello, comenzar a habitar el mundo de una manera nueva.

Algo de esto nos dijo Lao Tsé, quien en la tablilla VI del Tao Te King escribió:

“El alma del valle nunca muere:
es la madre misteriosa.
La puerta de la misteriosa madre,
raíz de Cielo y Tierra,
continua e inmutable es:
su obra nunca la agota”.

El valle y el espíritu son los dos elementos que cincelan nuestro plano: el yin y el yang, femenino y masculino, que como opuestos complementarios dan forma a la madre misteriosa: nuestra naturaleza, todo aquello que nos contiene, tanto por fuera, como por dentro. Cuando Lao Tsé nos habla de la puerta de la madre misteriosa, nos sugiere que hay que entrar en el yin (oscuridad) para alcanzar el yang (luz). Algo que también nos remite a las ideas de Jung, para quien “no se alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la propia oscuridad”.  

Hacer consciente la propia oscuridad no significa solamente reconocer nuestras zonas erróneas y nuestros rasgos censurables, sino también alumbrar aquellos aspectos de nosotros mismos capaces de sintonizar con nuestro potencial creativo, y con ese mar de posibilidades inexploradas que duermen en nuestro mundo interior. En definitiva, supone un acto esencial de autocuidado que es, al mismo tiempo, un acto de amor.

Además, y por esta vía, al contemplar la naturaleza, (lo que en esencia implica contemplar-nos-), podríamos descubrir en ella a una sabia maestra. Sabiduría distorsionada por aquel sesgo que nos impide ver en la naturaleza algo más que un medio para alcanzar nuestros fines personales. ¿Acaso tan distinto esto a cómo los seres humanos nos concebimos a nosotros mismos dentro del paradigma tecnocrático vigente, que según Byung Chul Han, se mueve bajo el signo productivo y agobiante de la pura positividad?  

Quizás la senda pase por aprender a relacionarnos con la naturaleza con más sensibilidad y sentimiento, dejando de aprovecharnos vilmente de su gratuidad, de la misma forma en que tanta veces nos aprovechamos del prójimo, dentro de esta pura ley de correspondencia que venimos trazando.

Prójimo que nos remite por entero a otro ámbito  de expresión amorosa actualmente en crisis, como lo es el ámbito comunitario.  Esfera donde la debilidad de los lazos de unión y comprensión entre las personas, invitan a repensar el lugar que el amor ocupa en las sociedades en construcción en este siglo xxi, si es que ocupa algún lugar. Preocupación que ya estaba presente en Jung, quien supo advertir, citándolo textualmente, que: “La cuestión de las relaciones humanas y de la cohesión interna de nuestra sociedad es un asunto urgente en vista de la atomización de las masas humanas meramente apiñadas, cuyas relaciones personales se ven minadas por la desconfianza universal. Donde tienen lugar la inseguridad jurídica, la vigilancia policial y el terror, las personas caen en el aislamiento, lo cual constituye la finalidad y el propósito del Estado dictatorial, pues éste se basa en la mayor acumulación posible de unidades sociales impotentes. Frente a este peligro la sociedad libre necesita un medio de cohesión de carácter afectivo, es decir, un principio como el que representa la caritas, el amor cristiano al prójimo. Pero precisamente el amor al congénere es el que más sufre como consecuencia de la falta de entendimiento provocada por las proyecciones. Es, pues, de máximo interés para la sociedad libre interesarse, desde la comprensión psicológica, por la cuestión de la relación humana, pues en ella reside su verdadera cohesión y también, por lo tanto, su fuerza. Donde acaba el amor comienzan el poder, la violación y el terror”.

Cultivar la consciencia participativa que planteamos al inicio, y de la cual las obras de Jung y de Watts son dos vivos ejemplos, significaría retornar al Camino que como humanidad comenzamos a recorrer, cuando el lugar omnipresente que actualmente ocupa la Técnica, lo ocupaba anteriormente la dimensión plena del Sentido. Camino y Sentido que nos arrojan dos de las posibles traducciones del mismo principio esencial que los chinos llamaron Tao, y que para Jung se imbricaba con el corazón mismo del arquetipo del Sí Mismo y del proceso de individuación.

Camino y Sentido que nos devuelven la posibilidad de reunirnos, de religarnos…

De poder-ser más integrados:

primero, con la naturaleza, de la cual formamos parte y somos expresión emergente.

segundo, con nuestro prójimo, que nos inscribe subjetivamente, nos espeja y, siendo “otro”, también se nos escapa.

tercero, con la comunidad,  que nos contiene y al mismo tiempo nos confronta con todo tipo de verdades: emocionales, políticas, económicas, sociales, espirituales, mentales.

Y, finalmente, o para empezar, con nosotros mismos y nuestra propia psyché (Alma), en la masculinidad y femineidad profundas que nos constituyen, dentro de un universo donde, como dijera un querido amigo*, todo es íntimo, todo es animado, todo es compartido, y por ende también, todo es universal.

* La referencia es a Diego O. Ramos, el autor de la pintura que acompaña este texto

Bibliografía:

Chul Han, Byung. La sociedad de la transparencia. Editorial Herder, Barcelona, 2013.

Jung, Carl Gustav. Arquetipos e Inconsciente Colectivo. Paidós, Barcelona, 2009.

Jung, Carl Gustav. Sobre el amor. Editorial Trotta, Barcelona, 2018.

Watts, Alan. Naturaleza, hombre y mujer. Editorial Kairós, Barcelona, 1989.