Salvador caminaba por los bosques de Palermo, mientras pensaba en esa relación que, cuando es auténtica, interrumpe la lógica mercantil del éxito solitario. Salvador pensaba en la amistad. Mientras lo hacía, paseaba su mirada en los grupos de amigos repartidos por los bosques, que con sus guitarras, sus pelotas de fútbol, sus termos y sus mates, o simplemente con su solo "estar", celebraban la decisión de viajar juntos por la rueda de la vida. También pensaba en Rufino, ese joven amigo de espíritu vagabundo al cual lo unía un sentimiento sincero, pese a su inocultable tendencia por la soledad. "Con frecuencia, - meditaba para sus adentros - se dice que la amistad verdadera se prueba en la presencia del otro cuando uno está pasando malos momentos. Sin embargo también podría pensarse que estar en posición de ser "el fuerte" es más fácil que ser capaz de acompañar al otro disfrutando de su bienestar: muchos sucumben a la envidia, la secreta competencia, la comparación. Por eso la cuestión no se limita a lo bueno de tener amigos, sino también de ser amigo, de que otros lo tengan a uno como amigo: implica aprender a ponerse contentos por la alegría ajena. Así, nuestra felicidad incorpora realmente otra sucursal".
"Salvador y Rufino" Una creación de: Vagabundo del Tao (Juan Manuel Otero Barrigón)
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