La tradición hindú divide la vida del individuo en cuatro fases denominadas ashramas, definidas como un camino hacia la plenitud espiritual. Las dos primeras nos resultan familiares, pero el resto difiere sensiblemente de nuestros planteamientos: esa vejez que en Occidente busca mantener el espíritu de una eterna juventud, se propone en la India como un período de retiro y elevación espiritual que da sentido a la vida entera.
Brahmacharya es la fase de aprendizaje. El individuo se desarrolla físicamente y, auxiliado por los maestros adecuados, se familiariza con las mecánicas de la vida, tanto en lo interior como en lo exterior. Se le enseña el valor de la humildad, el esfuerzo y la disciplina. Se le prepara para afrontar con criterio la vida personal, familiar y comunitaria.
Garhasthya es la fase de la casa. En plenitud física, el individuo crea una familia, y se concentra en crear riqueza (artha) y satisfacer los deseos (kama). Estas actividades de índole materialista se llevan a cabo, eso sí, bajo el paraguas del dharma, el paradigma de conducta hinduísta: así, la riqueza se usará no para envanecerse y abusar sino para ayudar al prójimo, y el sexo será creativo y honorable, una vía hacia lo pletórico.
Vanaprastya es la fase del retiro. Agotada ya la primera mitad de la vida, toca abandonar las actividades mundanas y priorizar la vida interior. El aislamiento y la naturaleza facilitan esta orientación. En concreto, la tradición hindú sitúa al individuo en una morada apartada en el bosque. Puede seguir conviviendo con su cónyuge, y manteniendo relaciones personales, pero éstas se articulan en torno a lo espiritual.
Sannyasa es la fase de la renuncia. El individuo lo abandona todo. Se despide de sus seres queridos y, con las mínimas posesiones, convierte al camino en su casa. Lo material ya no le importa. El deseo ya no existe. Se alimenta de lo que le otros le dan, duerme allí donde le atrapa la noche. Así, puede concentrarse en el encuentro entre su individualidad y el cosmos.
Brahmacharya es la fase de aprendizaje. El individuo se desarrolla físicamente y, auxiliado por los maestros adecuados, se familiariza con las mecánicas de la vida, tanto en lo interior como en lo exterior. Se le enseña el valor de la humildad, el esfuerzo y la disciplina. Se le prepara para afrontar con criterio la vida personal, familiar y comunitaria.
Garhasthya es la fase de la casa. En plenitud física, el individuo crea una familia, y se concentra en crear riqueza (artha) y satisfacer los deseos (kama). Estas actividades de índole materialista se llevan a cabo, eso sí, bajo el paraguas del dharma, el paradigma de conducta hinduísta: así, la riqueza se usará no para envanecerse y abusar sino para ayudar al prójimo, y el sexo será creativo y honorable, una vía hacia lo pletórico.
Durante la segunda fase de la vida, la persona vive inmersa en la sociedad. Se le exige una formalidad constante que, a menudo, bloquea el desarrollo de su naturaleza.
Satisfechos los deseos, encarriladas las vidas de los hijos, el hombre abandona la vida mundana y, liberado de obligaciones civiles, se sumerge en la Naturaleza, recuperando el ritmo esencial. Sus posesiones se reducen a lo básico: una casita sencilla, algunos animales, quizá una barquichuela de pesca. Le acompaña su cónyuge y, de vez en cuando, recibe la visita de un amigo.
JM Romero es autor de Tao. Las enseñanzas del sabio oculto y una decena más de libros. Durante más de tres décadas viajó intensamente por el mundo. Ha vivido en Pondicherry, Vientiane, Shanghai y Chiang Mai.
Instruido en filosofías orientales desde su juventud, es un estudioso de las artes de la energía, en particular del qigong, el taichi y la dietética. El texto y las imágenes fueron tomados de su sitio web: www.jmromero.com
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