sábado, 10 de junio de 2017

Un recuerdo al misionero mandarín


Una pintura anónima china de 1914 representando al gigante Matteo Ricci, el sacerdote y misionero jesuita italiano que llegó a la vieja Catay a finales del siglo XVI. La tenía difícil. Ya antes en Asia, la experiencia jesuítica había sido trágica: decapitaron en Japón a 22 misioneros y martirizaron y torturaron a otros tantos en la India. Pero Ricci supo ganarse el respeto y la admiración del emperador chino al dibujarle un mapamundi donde colocó a China, por primera vez, en la cartografía mundial. El emperador llegó a nombrarlo consejero privado, siendo el primer y último caso, donde un occidental tuvo tanta cercanía con un emperador chino. Hizo conocer en Occidente a las religiones tradicionales de ese país, el taoísmo y el confucionismo; y diseño el primer sistema de latinización de los nombres chinos; así por ejemplo, el sabio Kung Fu Tsé pasó a conocerse en Occidente como Confucio. La mente abierta de Ricci, flexible como el bambú, le permitió también, colgar el confucionismo a la praxis cristiana. lo que lo hizo adoptar las costumbres chinas, y abrir las puertas para el diálogo Oriente/Occidente.

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